Hoy vamos a hablar de
la intolerancia a la lactosa. La lactosa es un azúcar presente en todas las
leches de los mamíferos. La lactasa es la enzima, presente en el intestino
delgado, encargada de ayudarnos a digerir la lactosa. Por tanto la intolerancia
a la lactosa se trata de una enfermedad producida por el déficit (o ausencia
total) de lactasa, que nos impide que digiramos correctamente la leche y sus
derivados.
En España el 15% de la población es intolerante a la
lactosa, frente al 1% de Suecia o al 98% de Tailandia. Estas diferencias
parecen tener relación con el consumo habitual de leche, pues aquellos países
donde tradicionalmente, generación tras generación, el consumo ha sido mayor, el número de personas intolerantes
a la lactosa es menor.
Normalmente los síntomas aparecen a la media hora de
consumir los lácteos. Estos síntomas suelen ser: diarrea, vómitos, náuseas,
dolor abdominal, flatulencias y diversas molestias gástricas. Y pueden ser
agravados si la cantidad de lactosa consumida
es elevada.
No todos los lácteos afectan de la misma manera. Normalmente
la leche suele ser más agresiva, mientras que por ejemplo los yogures (que
están más fermentados) y el queso (cuya digestión es más lenta, y que contiene
menos lactosa cuanto mayor sea el grado de curación) se toleran mejor.
La intolerancia a la lactosa sólo se puede tratar eliminando
total o parcialmente los lácteos de la dieta, esto dependerá de si el déficit
de lactasa es total o no. Así pues, hay personas intolerantes que son capaces
de digerir una pequeña cantidad de lácteos al día. Para ello, los deben de
repartir a lo largo de la jornada en pequeñas cantidades. Para aquellos que
deben eliminar totalmente los lácteos, existen a día de hoy en el mercado,
diversos productos sin lactosa: leches, batidos, quesos, yogures…. Cada vez son
más las marcas de alimentación que se preocupan por este colectivo, por lo que los
alimentos sin lactosa son cada vez más abundantes y variados. Kaiku y Hacendado
(Mercadona) son muestra de ello.